Archivo | 26 de mayo de 2015

El Hotel eléctrico (Segundo de Chomón, 1905)

Poniéndome un poco melancólica, me resulta interesante recordar los inicios del cine. En la actualidad, observamos todo como algo de lo más normal, pero en su momento de creación causó gran expectación, como fue en Francia por ejemplo La salida del tren de la estación, mientras que aquí una de las primeras producciones vino de la mano de Segundo de Chomón, director de cine, iluminador y especialista de efectos especiales, así como trucajes de revelado.

Su película más conocida es El hotel eléctrico (1908), primer filme español en el que se utiliza el rodaje de objetos animados fotograma a fotograma y que presenta a un matrimonio que llega a un revolucionario hotel en el cual todo se realiza de forma automática, no han sonidos, no hay diálogos, pero resulta muy interesante el tema de este automatismo, con el que se llevan a cabo las acciones en este hotel, al que llega un matrimonio.

No apreciamos excelentes conversaciones, ni grandes escenarios, ni una gran psicología o conciencia de los personajes, entre otras cuestiones que en películas de la actualidad resultan obvias, sin las cuales, para una gran mayoría de la audiencia, una película es considerada «mala». No obstante, en esta serie de fotogramas podemos apreciar la magia del cine, realizándose de forma artesanal, a diferencia de cómo se realiza actualmente, por medio de efectos especiales a través de programas de montaje, vídeo, efectos…

En estos tiempos, aún no había evolucionado el lenguaje del cine, como fue sucediendo de la mano de Georges Méliès, Charles Chaplin, Sergéi Eisenstein, Alfred Hithcock y otros muchos, de manera que apreciamos la cámara estática y los personajes que se mueven en torno a un escenario. La parte del final es casi una maravilla, ya que, como digo, que se lograra hacer todo eso de forma artesanal, sin equipos informáticos, es digno de admiración.

Finalmente, podríamos comentar también la forma en que se recrea la historia, con la cámara estática frente a los personajes, que en ocasiones la miran, nos recuerda a la forma de representación del teatro. Algo que se suele emplear también en algunas obras audiovisuales como forma de que el personaje se dirija hacia el espectador, dialogue y reflexione con él, al mismo tiempo que lo hace partícipe de los acontecimientos,  como suele hacer por ejemplo Woody Allen en algunas de sus películas como Annie Hall (1977), o bien que los mismos actores reflexionen con ellos mismos, como el caso de La rosa púrpura del Cairo (1985), donde una chica se enamora del actor protagonista de la película que está viendo, inspirada en algunas obras de Luigi Pirandello o el caso de Balada triste de trompeta (Álex de la Iglesia, 2010), cuando el padre fallecido reflexiona tras la pantalla, frente a su hijo, que entra a la sala de cine con dos metralletas, porque el rechazo de su amada y su trauma infantil le han provocado un estado de psicosis.

Hasta aquí, a continuación les voy a adjuntar el fragmento de la mencionada obra de Chomón, que dura pocos minutos y les animo a verlo: